te acuestas boca abajo en la cama, ofreciendo una vista tentadora de tu culo redondo y firme. Tu pareja, con una sonrisa lasciva, se posiciona detrás de ti, listo para darte lo que tanto deseas. «¿Lista, perra?» susurra, mientras te agarra las nalgas con fuerza, separándolas para revelar tu agujero apretado y tentador.
Sientes sus dedos fuertes clavándose en tu carne, marcándote, mientras te prepara para lo que está por venir. «Sí, dámela toda,» gimes, empujando tu culo hacia atrás, pidiendo más. Con una mano, te sujeta con fuerza, mientras con la otra, guía su verga dura y palpitante hacia tu entrada trasera.
Lentamente, comienza a empujar, sintiendo cómo tu culo se abre para recibirlo, milímetro a milímetro. «Joder, qué apretado estás,» gruñe, mientras se adentra más profundo, llenándote por completo. Te agarras a las sábanas, gimiendo de placer y dolor, mientras tu cuerpo se adapta a su tamaño.
Una vez completamente dentro, comienza a moverse, embistiendo con fuerza y profundidad, cada golpe resonando en toda la habitación. «Más fuerte, cabrón, más fuerte,» suplicas, queriendo sentir cada centímetro de él dentro de ti. Te sujeta las nalgas con más fuerza, usando tu cuerpo como palanca para empujar más profundo, más rápido, más fuerte.
El sonido de su piel golpeando la tuya, junto con tus gemidos y sus gruñidos, crea una sinfonía erótica que solo nosotros podemos escuchar. El placer es intenso, primario, y te dejas llevar por él, sabiendo que estás dando y recibiendo exactamente lo que deseas. «Así, así, justo así,» gimes, mientras te lleva al límite, haciendo que cada célula de tu cuerpo arda de lujuria y deseo.